Hoy toca un poco de
autobiografía.
Digamos que, en estos tiempos revueltos de poco trabajo y
problemas de liquidez nos proponen una operación muy rentable. Nada fuera de
nuestra actividad: un suministro importante para un cliente importante, un
servicio para una multinacional, un ayuntamiento… Vamos, que nos salvan el año.
Un amigo mío -que se llama como yo- ha sido contratado con un
intermediario que, a su vez, ha firmado con una importante empresa. Un trabajo
arriesgado porque incluye trabajar dos o tres turnos diarios, festivos y fines
de semana. El precio está bien y pagan a treinta días tras la finalización de
los trabajos. Con un pagaré, le dicen.
Las condiciones son draconianas, claro.
Importantes penalizaciones por retraso y mil interlocutores
(en las grandes entidades suele haber muchos capitanes; a más inútil la
entidad, más títulos y escalafones, lo veréis en el Gobierno). Todos pueden
decidir que el trabajo no está acabado o requiere repasos.
Pero es un mal año y hay facturas por pagar. Así que reunimos a todos
los implicados -trabajadores y proveedores - y les contamos lo que hay. Adhesión
y compromiso absoluto. Parece que el año no sólo ha sido difícil para quien
suscribe, eh, para mi amigo, quiero decir. Allá vamos.
El autor se veía un poco así el día que firmó el contrato.
Bueno,
no tanto.
|
Durante todo el proceso surgen
mil inconvenientes: no se puede trabajar todos los días - el cliente final no
está bien organizado, ¿lo he dicho ya? -, acortan aún más los plazos (pese a las
condiciones contractuales) y alguno de los proveedores no habituales nos mete
en algún brete.
Improvisamos, sudamos, tiramos
del carro, perdemos horas de sueño, pagamos de más, hacemos trabajar a todo el
mundo hasta la extenuación. Y el día de la entrega, cumplimos. Nos firman el
conforme. Nos felicitan. Nadie daba un duro por nosotros - ahora nos lo dicen
con algo más que la mirada - pero lo hemos hecho. Somos cojonudos.
La relación Cliente-Proveedor queda bellamente reflejada en esta imagen. |
La semana siguiente, según lo
convenido, nos pasamos con la factura entre los dientes para retirar nuestro
pagaré. Hasta hemos negociado unas buenas condiciones con el banco.
Pero no hay pagaré. Parece ser
que necesitan varias firmas y no están los apoderados.
- ¿Cuándo vendrán? - pregunta
nuestro héroe impetuoso.
Pero nadie sabe cuándo
coincidirán en una misma sala ni si podemos contar con que alguien de
Contabilidad vaya quedando individualmente con cada uno para coleccionar las
firmas necesarias.
Y nos joden. ¿Dieron por sentado
que no lo lograríamos?, ¿nadie pensó en el pago?, ¿nadie ha pensado en
nosotros?
Los motivos no importan.
Has perdido un poco de salud, un
poco de respeto de tus proveedores (que volverán a trabajar contigo porque necesitan trabajar) y un poco de fe en
el mundo. Con suerte los proveedores te darán un poquito de cancha y puede que
los que te quieren te echen una manilla pero no recurráis al sentido común del
cliente o a la Justicia: todo es pequeño e insignificante si no aparece en
prensa y, entendámonos, una PYME casi nunca está ahí, si acaso una coma en la
estadística.
No hay moraleja hoy, amigos. Sólo
quería deciros que esto es parte de ser empresario; si lo sois, os ha podido
pasar. Si no lo sois todavía, os lo quería contar. No porque os ayude. Sólo es
una advertencia.
Suerte
a todos.
El autor hace malabarismos en cada llamada de cada proveedor.
Seguramente caiga y se parta la crisma: una cicatriz más.
Pero no sabe otra cosa, claro. Lo suyo es el glamoroso mundo de la PYME.
|