lunes, 22 de julio de 2013

Pagando impuestos y meretrices varias

Una vez más estamos en el fin de trimestre y, aunque sea a modo de sesión de psicólogo, voy a comentar alguna cosita.

Hoy por hoy el Estado es una máquina insaciable que, pese a funcionar no del todo bien, requiere mucho combustible.

No olvidemos que se pagan hospitales y colegios –aunque no siempre esos recursos se gestionan- y eso es bueno y necesario. También mantenemos una Administración torpe, burocrática e ineficaz.  La Administración debería costar menos y funcionar mejor; pero es necesaria, qué duda cabe. Policía, bomberos, mantenimiento de carreteras y otras infraestructuras se me antojan también importantes.

Parece que pagar impuestos está bien o, al menos, es necesario.

De las putas/putos de los concejales, de los viajes en primera de sus señorías para comprobar que en las playas de Barbados no se conoce la marca “España”, de las fundaciones, asociaciones, etc, de los puestos innecesarios a dedo tan bien pagados, de los sobrecostes por soborno, de los pagos a “representantes sociales” y otros actos de latrocinio hablaré más tarde. Sólo decir que las mamás y los papás de los políticos no han sabido criar a sus hijos en una base moral defendible.

El pequeño empresario visto por el Estado opresor.
¿Es algo más que un suicida en estos tiempos difíciles?

Ahora vayamos a lo que nos ocupa.

El pequeño empresario es un limoncito a ser exprimido. Primero en su labor de recaudador (obligado e involuntario) de impuestos y después como generador de riqueza.

El IVA debe pagarse haya sido cobrado o no. Una mala racha de impagos termina por sepultarte en deudas para con el Estado y un mal año arroja la sombra de la apropiación indebida. Es cierto que uno puede pedir aplazamientos: pagando una tasa. ¡Haber cobrado a tiempo, pillastre!

Dicen por ahí, pero yo no lo sé, que solventarán este problema en 2014 para mayor gloria del Estado justo y bueno. Más vale tarde que nunca pero esta reivindicación lleva sobre la mesa desde que tengo uso de razón y parece lógico no asfixiar a la principal fuente de riqueza del país.

El IRPF del autónomo y el Beneficio Industrial de las Sociedades Mercantiles son tajada de nuestro trabajo.  Como se trata de porcentaje del beneficio -después de gastos- es justo y bueno. Podemos pedir que no se consideren las facturas impagadas como cobradas para terminar de adecuarnos a lo correcto.

Más de un tercio del salario de cada trabajador que tenga la compañía se lo llevan también las hadas de los dientes para dar regalos a los niños ricos. No digo que no deba haber una Seguridad Social ojo, pero que un tipo que cobre los famosísimos mil euros -con los que apenas puede vivir dignamente- suponga un desembolso adicional de más de trescientos euros al empresario manda cojones, sube los colores y atenta contra el sentido común.

El resto de impuestos y tasas (IBI, Basura, Impuestos sobre la rehabilitación de locales y oficinas y otras tasas) son un ejemplo de Estado que requiere más de lo necesario y que no sabe administrar sus propios recursos.  Con Estado, aquí, me refiero a Ayuntamientos, Comunidades Autónomas, Diputaciones y estado Central indistintamente. Si cualquiera de nosotros dirigiera su negocio como los políticos su área de responsabilidad: todos a la puta quiebra. Y es la segunda vez en el artículo que hablamos de meretrices pero las primeras son de las caras y estas son de las que la vida arrastra sin piedad ni cariño.

¿Cómo perder la sensación de que los impuestos son un gasto y no siempre una inversión?

¿Por qué he escrito estas líneas?

Porque después de pagar mis impuestos me queda un regusto amargo en la boca y un dolor en la baja espalda. Y como no tengo pasta para darle la chapa al psicólogo me descargo con vosotros. Tampoco tenéis la culpa, pero la próxima vez que entréis en una estación de “Metro” innecesariamente ostentosa, paséis por un aeropuerto vacío y veáis el coche oficial del alcalde de Villarrastrojo de Todos los Santos pasar tampoco tendréis la culpa.

En la futura “Crónica de la violación de un bolsillo inocente” compartiré un poco más mi indignación y os explicaré lo difícil que es abrir una tiendita en la capital del reino anteriormente conocido como Gomorra.

Plenos en el Ayuntamiento de tu ciudad

lunes, 15 de julio de 2013

El Empresario que no amaba los Contratos Indefinidos

El tradicional miedo a los contratos indefinidos viene justificado por tres realidades de la Legislación vigente:

a)      Indemnización por despido

b)      Bajas prolongadas, intermitentes y vacaciones remuneradas

c)       Incrementos salariales y derechos adquiridos.

Evidentemente no se pueden hacer tortillas sin romper huevos.
La Legislación, como siempre, beneficia a los malos trabajadores frente a los buenos de la misma manera que favorece a los empresarios sin escrúpulos frente a aquellos que actúan de buena fe. Lo llaman Derecho garantista pero todos sabemos quién ha hecho las Leyes vigentes y de su catadura moral. No hagamos sangre que hoy hablamos de otra cosa.

Contratar a un trabajador es un bien social y un beneficio para empleador y empleado. Al menos sobre el papel y esa es la defensa que haremos desde estas líneas, ni humildes ni modestas.

Recordemos que, en el caso que nos ocupa, muchos emprendedores comparten trabajo e incluso espacio con sus trabajadores, siendo, casi, uno más. Esto garantiza un mayor rendimiento de los asalariados pero dificulta el crecimiento de la empresa. Recordemos que no siempre queremos ese crecimiento. Muchos emprendedores sólo buscan un sueldo decente a final de mes.
Visto lo visto. El modelo de contrato tampoco será determinante. Sólo las condiciones y la necesidad real de la actividad. No olvidemos que las necesidades las impone la actividad y no el empresario. Creo que ya lo habíamos dicho.

Pero no debemos tener miedo a contratar. Un asalariado genera riqueza para la empresa y debe recibir un salario justo atendiendo a su responsabilidad y eficiencia. Como norma, podemos establecer que un trabajador es rentable cuando genera una plusvalía del 150 al 200% de su sueldo. No olvidemos la gran cantidad de gastos que supone un asalariado para la empresa:

-          Sueldo

-          Seguros sociales

-          Retenciones, impuestos y otras formas de extorsión institucional

-          Bajas

-          Material deteriorado, extraviado, perdido, etc

-          Errores y malas gestiones (si las haya, todos somos humanos)

-          Vacaciones

-          Formación

No debemos tener miedo, insisto, pero debemos informarnos bien y hacer los números con la cabeza fría antes de dar el paso de incrementar la plantilla y, desgraciadamente, también debemos tener la cabeza fría a la hora de despedir a un trabajador para no entrar en pérdidas irrecuperables. Es preferible pedir un crédito para pagar una indemnización que ir arrastrando un gasto no productivo (porque no haya trabajo, por ejemplo).




La pesadilla del empleador…