lunes, 25 de noviembre de 2013

La tiendecita en Internet

Últimamente mucha gente opta por sacarse un dinerillo extra vendiendo dulces, abalorios u otros objetos que, seguramente, realizase por afición en el pasado. Se pluriemplean.

Y debo decir que me parece estupendo. Por dos motivos: han decidido ganar un poco de dinero más, y yo siempre alabo la ambición personal; y porque generan un micro mercado pequeño y poco controlable que activa la Economía más que ninguna medida tomada por, digamos, un Gobierno. Si hubiere alguno en el país, me refiero. 

Entendamos que estas actividades esporádicas y paralelas no mueven mucho dinero. A nadie sorprende que un albañil haga una “ñapa“ de fin de semana o que el ama de casa prepare unas tartas para los bares de la zona.

Pero ahora existe Internet. Y nuestras esculturas en barro, nuestras pulseras de cristalitos y nuestras chapas con dibujos divertidos pueden venderse por todo el mundo. Y eso es maravilloso. Primero, porque pueden llegar a más público -un público internacional-; segundo, porque entran en franca competencia con otros pequeños artesanos y eso les obliga a mejorar su trabajo; tercero, porque optamos -como consumidores- a más productos, muchos de ellos únicos, a un precio muy competitivo.

Sí, sé que este artículo puede parecer una oda a la economía sumergida. No quiero denunciar otra vez la extorsión institucional. Hoy no. Lo que realmente quiero significar es que me gustaría mucho que hubiera más gente que entendiese que un negocio no es algo a lo que uno deba dedicar, necesariamente, el cien por cien de su tiempo; un negocio no debe ser siempre el sustento de uno. Una empresa o pequeña actividad puede traducirse en un extra (que siempre viene bien).


Puede ser nuestra principal vía de ingresos en un futuro pero hoy es una ayuda. Y eso es estupendo.

¿El paso previo a una cadena de éxito internacional?

martes, 12 de noviembre de 2013

Ansias por emprender: estrés y errores - 1 organización y buen hacer 0

Vivimos en un mundo de prisas: todo es para ayer. Lo vivimos todos día a día. Es más, cualquier festivo se puede ver que la gente sigue estresada, aún en un espacio de ocio y esparcimiento porque lo queremos todo al momento. Por ello movimientos como el Slow Food me parecen difíciles de seguir: por mucho que se quiera aminorar, la masa te arrastra.

Lo mismo pasa con los emprendedores. El ser humano siempre ha emprendido pero ahora está de moda. Un gran porcentaje de la población quiere emprender, sea por necesidad (económica, psicológica, etc) sea por vocación. No creo sea malo; pero hacerlo con prisas y sin planificación, sí. Sobre todo si no se tiene una preparación previa.

¿A qué viene esta reflexión? El pasado fin de semana asistimos a un mercado artesano fantástico, lleno de emprendedores con talento… pero también vimos un par de casos esperpénticos. Y me pregunté: “¿en qué momento os dio por meteros en esto?”.

Un ejemplo.

A primera hora un puesto que sirve cafés y bollería tiene a seis personas “trabajando” y tres clientes esperando durante largo rato; reina la desorganización: faltan servilletas, falta leche, la cafetera está estropeada… los trabajadores no saben qué productos están de oferta, en cuales hay descuentos dadas determinadas circunstancias, etc. 
Intercambian gritos y reproches –ante nuestra atónita presencia-, olvidando el buen servicio y la sonrisa… Nuestra experiencia como clientes fue menos que satisfactoria pese a que vendían un buen producto.

Planificación y organización es lo que faltaba. Sin eso es imposible tener al cliente contento.

El gran Santy tendría para varias viñetas...

¿Cómo se podrían haber minimizado estos errores?

1. Un estudio del terreno: tan sencillo como asistir a la edición anterior del evento y hacer una estimación del porcentaje de asistentes que consumen productos similares a los que se van a vender.

2. Listar los productos necesarios, desde los gastronómicos hasta los delantales, pasando por cucharillas, servilletas o cafeteras.

3. Reunirse con quienes vayan a trabajar a fin de delimitar claramente las funciones, otorgando a cada uno aquellas en que se sienta más cómodo y capaz e informar sobre todos los puntos relacionados con el proyecto.

4. Estudiar la manera de realizar el servicio de manera más eficiente: mientras uno prepara los cafés, otro sirve la bollería y cobra al mismo cliente sin intentar abarcar de más.

5. Comprobar que todo funcione correctamente y que no falta nada días antes y volver a comprobarlo antes de abrir ante el público.

6. Juntar al equipo antes de la apertura para recordar las funciones de cada uno.

7. Sonreír y recordar que el cliente es lo primero. Esto es lo más importante. Un cliente se mostrará comprensivo si se siente mimado. Al menos en un alto porcentaje.

Son pasos sencillos y seguro que todos los vemos lógicos pero al pasar a la acción se olvidan con frecuencia.

¿Moraleja? Más vale tardar un poco más en emprender y hacerlo bien que correr y hundirse nada más empezar.