Últimamente mucha gente opta por sacarse un
dinerillo extra vendiendo dulces, abalorios u otros objetos que, seguramente,
realizase por afición en el pasado. Se pluriemplean.
Y debo decir que me parece estupendo. Por dos
motivos: han decidido ganar un poco de dinero más, y yo siempre alabo la
ambición personal; y porque generan un micro mercado pequeño y poco controlable
que activa la Economía más que ninguna medida tomada por, digamos, un Gobierno.
Si hubiere alguno en el país, me refiero.
Entendamos que estas actividades
esporádicas y paralelas no mueven mucho dinero. A nadie sorprende que un albañil
haga una “ñapa“ de fin de semana o que el ama de casa prepare unas tartas
para los bares de la zona.
Pero ahora existe Internet. Y nuestras
esculturas en barro, nuestras pulseras de cristalitos y nuestras chapas con dibujos divertidos pueden venderse por
todo el mundo. Y eso es maravilloso. Primero, porque pueden llegar a más
público -un público internacional-; segundo, porque entran en franca
competencia con otros pequeños artesanos y eso les obliga a mejorar su trabajo;
tercero, porque optamos -como consumidores- a más productos, muchos de ellos
únicos, a un precio muy competitivo.
Sí, sé que este artículo puede parecer una oda
a la economía sumergida. No quiero denunciar otra vez la extorsión institucional. Hoy no. Lo que realmente quiero significar es que me
gustaría mucho que hubiera más gente que entendiese que un negocio no es algo a
lo que uno deba dedicar, necesariamente, el cien por cien de su tiempo; un
negocio no debe ser siempre el sustento de uno. Una empresa o pequeña actividad
puede traducirse en un extra (que siempre viene bien).
Puede ser nuestra principal vía de ingresos en
un futuro pero hoy es una ayuda. Y eso es estupendo.
¿El paso previo a una cadena de éxito internacional? |