Vivimos en un mundo
de prisas: todo es para
ayer. Lo vivimos todos día a día. Es
más, cualquier festivo se puede ver que la gente sigue estresada, aún en un espacio de ocio
y esparcimiento porque lo queremos todo al momento. Por ello movimientos como
el Slow Food me parecen difíciles de seguir: por mucho que se quiera aminorar,
la masa te arrastra.
Lo mismo pasa con
los emprendedores. El ser humano siempre ha emprendido pero ahora está de moda. Un gran
porcentaje de la población quiere emprender, sea por necesidad (económica,
psicológica, etc) sea por vocación. No creo sea malo; pero hacerlo
con prisas y sin planificación, sí. Sobre todo si no se tiene una preparación
previa.
¿A qué viene esta
reflexión? El pasado fin de semana asistimos a un mercado
artesano fantástico, lleno de emprendedores con talento… pero también vimos un par de casos esperpénticos. Y me pregunté: “¿en
qué momento os dio por meteros en esto?”.
Un ejemplo.
A primera hora un
puesto que sirve cafés y bollería tiene a seis personas “trabajando” y tres clientes esperando durante
largo rato; reina la
desorganización: faltan servilletas, falta
leche, la cafetera está estropeada… los trabajadores no
saben qué productos están de oferta, en cuales hay descuentos dadas
determinadas circunstancias, etc.
Intercambian gritos y reproches –ante nuestra
atónita presencia-, olvidando el buen servicio y la sonrisa… Nuestra
experiencia como clientes fue menos que satisfactoria pese a que vendían un
buen producto.
Planificación y
organización es lo que faltaba. Sin eso es imposible tener al cliente contento.
El gran Santy tendría para varias viñetas... |
¿Cómo se podrían
haber minimizado estos errores?
1. Un
estudio del terreno: tan sencillo como asistir a la edición anterior del evento
y hacer una estimación del porcentaje de asistentes que consumen productos
similares a los que se van a vender.
2. Listar
los productos necesarios, desde los gastronómicos hasta los delantales, pasando
por cucharillas, servilletas o cafeteras.
3. Reunirse
con quienes vayan a trabajar a fin de
delimitar claramente las funciones, otorgando a cada uno aquellas en que se
sienta más cómodo y capaz e informar sobre todos los puntos relacionados con el
proyecto.
4. Estudiar
la manera de realizar el servicio de manera más eficiente: mientras uno prepara
los cafés, otro sirve la bollería y cobra al mismo cliente sin intentar abarcar
de más.
5. Comprobar
que todo funcione correctamente y que no falta nada días antes y volver a
comprobarlo antes de abrir ante el público.
6. Juntar
al equipo antes de la apertura para recordar las funciones de cada uno.
7. Sonreír y recordar que el
cliente es lo primero. Esto es lo más importante. Un cliente se mostrará comprensivo si
se siente mimado. Al menos en un alto porcentaje.
Son pasos sencillos
y seguro que todos los vemos lógicos pero al pasar a la acción se olvidan con
frecuencia.
¿Moraleja? Más vale
tardar un poco más en emprender y hacerlo bien que correr y hundirse nada más
empezar.
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